lunes, febrero 12, 2007

Sexus

Un clásico como Boca-River:

Sexo de mancha de aceite en el agua,
de mina de sal.
Sexo de yacimiento petrolífero,
de cal viva.
Sexo de sístoles y de diástoles,
de pipa de la paz.
Sexo de chicha y pachamama,
de plumas de pavo real.
Sexo de banderas al viento...
de hojas de otoño consumiéndose al fuego.

Cansancio absoluto


Cansado de ser una historia. Ya está todo dicho. Si las palabras son siempre las mismas. Si otros me inventan. Si estoy en cualquier lugar pero ninguno es el mío. Vivo en una fantasía ajena. No quiero seguir. Solo queda sentarme a esperar que alguien escriba mi final...

(lo publico porque se relaciona bastante con el cuento anterior)

Prólogo a una obra de arte


Voy a sincerarme. Como las criaturas me gustan, pero solamente por un rato, dudo que en algún momento me decida a tener un hijo, al menos no está en mis planes. Por otro lado, las dimensiones de mi terraza son un tanto pequeñas para plantar un árbol y los bonsái se me mueren. Entonces, -por descarte, pero con determinación- he decidido que al menos una manera de justificar mi existencia sería dedicarme a la literatura.

Pero no puedo hacer algo insignificante, si quiero trascender, necesito destacarme. Voy a escribir la mejor historia jamás contada. Me aburrí de la mediocridad cotidiana, de leer siempre los mismos finales. Voy a escribir lo nunca leído. Voy a sacudir al mundo con cada palabra. A despertar oleadas de aplausos, asombrar a los críticos, avergonzar al resto de los escritores.

No puede ser tan difícil. Asumo que es una gran responsabilidad, pero no puede ser tan difícil. Veamos… definitivamente no es una cuestión de talento. No creo que haya alguien con más o menos talento. La “elite talentosa” se muestra como tal, para que no nos demos cuenta que con un poco de determinación, cualquiera puede hacerlo. Tampoco es una cuestión de estilo. Con estilo lo único que puedo lograr es contar lo mismo, pero de una manera diferente, aportar mi toque personal; o sea, dar distintos matices de un mismo color. Es simplemente una cuestión de técnica ¿cuál es la técnica? Romper todas las reglas. Se debe tener la convicción moral absoluta de que se está haciendo algo totalmente revolucionario.

Ahora que conozco el secreto, tengo que confesar cierto entusiasmo infantil en la tarea. Un entusiasmo similar al que sentía cuando con mis compañeritos de clase nos juntábamos a jugar y pasábamos horas organizando, planificando, armando una historia y el escenario. Entonces, cada juego era un pequeño show, éramos actores dando nuestra mejor función. Fuimos exploradores, agentes secretos, superhéroes, alumnos, maestros, náufragos y cosas más lamentables, como consumidores compulsivos de un supermercado. Jugábamos con la misma intensidad con la que vivíamos y vivíamos la vida como si fuera un juego. Cada día tenía el sabor de la novedad. Así descubrimos que jugando se aprende a soñar sin dormir. Y escribir, en cierta forma es negarse a dejar de jugar, porque es una manera de soñar otros universos. Y además, me permite ejercer ciertos reprimidos impulsos dictatoriales, ya que escribiendo, impongo mis propias reglas de juego.

Obviando ciertas distracciones retomo el hilo; hilo que todavía no ha dado ninguna puntada. Primero debería definir una línea argumental. Tengo que hablar de lo que nunca se haya hablado, pero de una manera tan natural y sincera que los lectores apenas puedan percibirlo. Dicen que ya está todo dicho, pero tengo que demostrar lo contrario. Probablemente mi relato sea una sucesión de renglones puestos prolijamente uno debajo del otro que hablen maravillosamente de nada. Palabras que encierren verdades tan triviales que nadie se haya a atrevido a mencionar todavía. Tengo que recuperar todas las dudas existenciales y generar nuevos interrogantes. Narrar con una sinceridad tan cruda que tal vez genere un brote de suicidios en masa, porque una vez agotada la incógnita de la vida, ¿para qué seguir viviendo? No me importa, ya es hora de que alguien abra los ojos del mundo.

Claramente, no puedo empezar con un “Había una vez”; tampoco desde el primer párrafo y en forma lineal, eso es absolutamente vulgar. Algunos escritores más jugados decidieron comenzar contando el final, así que eso tampoco sería novedoso. Mi historia empezará cuando tenga que empezar; quizás a partir de este momento, quizás empiece empezada. De la misma manera, me parece correcto advertir que puede que termine abruptamente, con la palabra FIN, tomando a un desprevenido lector por sorpresa; o que me gane por aburrimiento y abandone la escritura de una página a la otra; o quizás con un final asombroso e inesperado dando la vuelta de tuerca exacta para lograr el asombro del público.

En este punto debería elegir un protagonista. Tengo que encontrar un protagonista tan humano con el que se pueda identificar cualquier lector, sin importar edad, clase, raza, sexo, bla bla bla. Un protagonista que reúna un compendio de virtudes y defectos que conformen al “protagonista universal”. Aunque… ¿eso no me haría caer en el más absurdo de los estereotipos? Tan imperfectamente perfecto que llegaría a ser imposible creerlo. Tal vez, debería prescindir del protagonismo. Entonces, no van a haber roles protagónicos, mejor aún, ni siquiera va a haber personajes. Aunque eso implique la mismísima autodestrucción del narrador. Como un dios compasivo y complaciente, voy a dejar que la narración siga su propio curso, darle vida para que crezca y cambie a su gusto la dirección de los hechos. Contar las más maravillosas imágenes, estimular todos los sentidos. Esta historia debe olerse, saborearse, rozar la piel del lector, ser música. Voy a liberar mi creación al azar de las circunstancias. No será tarea fácil, lo sé, pero no voy a descansar hasta conseguirlo. Pasaré noches de insomnio y días de ayuno si es necesario. No puedo permitirme ninguna distracción, ni siquiera para mirar el reloj -a lo sumo alguna que fomente la divina inspiración-. No escribiré ni una palabra de más, ni una palabra de menos. De aquí en adelante, van a leer la mejor historia jamás contada.