
Prometeo
Muy suavemente bajó la cabeza. Fue inclinándose despacio, hasta adoptar una posición fetal. Entonces, se arrancó el fuego que le subía desde la médula; y se lo ofreció, con las manos ensangrentadas, a una mujer que, desnuda, no lo esperaba en su cama.
Prometeo II
Su amor encendió en aquella mujer una llama que ardería por siempre. Los dioses, celosos de este pequeño paraíso que había encontrado, la quitaron de su lado. Desde entonces, Prometeo camina durante el día, para encontrarla cada noche en un rincón diferente. Tenerla mientras duren las sombras, y perderla con los primeros rayos del sol.
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